Siempre que mis amigos visitan nuestra ciudad, procuro pasar un tiempo mostrándoles algunas de las atracciones que tenemos aquí.
Una de mis atracciones favoritas es el inmenso y precioso, Museo Henry Ford.
Amo este lugar, porque en pocas horas nos permite conocer el pasado, el presente y parte del futuro de esta nación y su lugar en la historia.
Hace un tiempo, mientras recorría sus instalaciones, acompañado de unos queridos amigos, me encontré con una maravillosa exposición en honor al conocido programa de televisión: “El Show de Los Muppets”.
¡Si lo recuerdan, repórtense!😎😇
¡Les confieso que aquello era espectacular!.
Tenían todos los personajes originales, los escenarios, los actores que trabajaban detrás de cámara, las luces. En fin era un todo incluido.
Mis amigos y yo, estábamos fascinados con aquello, recordamos nuestros personajes favoritos, los invitados, aquello era todo hermoso.
Pero entonces, un pensamiento cruzó por mi mente y comprendí el mensaje.
Todo aquello, aunque hermoso y con capacidad de hacernos recordar nuestros años dorados:
¡Ya Era Parte de un museo!
¡No lo podía creer! ¿Cómo que parte de un museo?, ¿Por qué están allí? ¿Cuándo envejecimos?, ¿Cuándo ocurrió?, ¿Por qué tan rápido?
Y entonces, poco a poco, me fui alejando de aquel escenario, con más penas que alegrías.
Y pienso que tal vez, lo mismo ha ocurrido con ciertas expresiones de nuestra fe cristiana.
Sin siquiera, darnos cuenta, muchos seguimos aferrados a metodologías, ideas, y programas obsoletos que, aunque tuvieron su efectividad en un pasado reciente, lo cierto es que ya no son capaces de comunicar la vida abundante que Cristo ofrece a sus seguidores.
Al visitar ciertas congregaciones, más que celebrar el presente, parecería que estamos viajando al pasado, y lo preocupante es que los que allí luchan por perseverar, se siente tan orgullosos de su pasado, que han perdido de vista el maravilloso don de la innovación.
Ni siquiera perciben que el mundo al que quieren alcanzar hace tiempo que cambió y que sin darse cuenta, se han convertido en simples, cuidadores de museos.
Muchas congregaciones han perdido la frescura que una vez tuvieron.
¡Sus recuerdos hoy son más fuertes que sus sueños!
Han sacrificado la frescura de la gracia en el altar por la religiosidad.
Luchando por conservar, los que solo perseveran por la fuerza de la costumbre y no por la obra fresca del Espíritu en sus vidas.
Y esto se refleja hasta en el descuido de sus instalaciones.
Escuché de una congregación que mientras procuraba obtener un préstamo para mejorar sus instalaciones, el reporte del valuador del banco, en su informe fue:
“No creo que allí se congregue nadie, todo el edificio está en ruina y luce todo abandonado”.
Es triste, escuchar a alguien expresarse así al entrar en contacto con nuestros lugares de reunión.
Es cierto que la espiritualidad de una congregación, no solo se mide por la belleza y tamaño de su edificio, pero al cuidar de estos, reflejamos el amor y respeto que tenemos por el Dios que adoramos allí.
Creo que, así como Nehemías se levantó en favor de su pueblo, debemos procurar devolver a nuestra fe, el brillo que poseía en tiempos pasados.
Usando las herramientas y los recursos actuales, debemos mostrar que todavía nuestro Dios tiene mucho que decir a nuestra generación.
¡Cristo debe ser más NOTICIA que HISTORIA!
El Evangelio todavía es relevante para nuestras generaciones, y debemos usar todo lo que esté a nuestro alcance para proclamar su gloriosa verdad.
Los museos son lugares para visitantes, no para quedarse a vivir allí.
Lo mismo, puede ocurrir con nuestras congregaciones, ser visitadas, pero nadie deseará quedarse a hacer vida allí.
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